Si en la Edad Media hubieran existido diarios y las redes sociales, hubiera sucedido algo similar a lo que ocurre en la actualidad. Las portadas las hubiesen copado la familia Borgia (o Borja, que procedía de Valencia) y la Red se inundaría de tweets, facebook-mensajes y todo tipo de comentarios sobre las intrigas y conspiraciones de la familia Borgia para alcanzar la cima.
Un columnista de la época llamado Maquiavelo hubiese publicado un artículo de opinión, en un diario opuesto a la línea del régimen, en el que se habría leído: “Alejandro VI no ha hecho otra cosa que engañar al mundo. Nadie ha dominado como él el arte de la pillería. Nadie ha confirmado sus promesas con juramentos más sagrados, pero tampoco nadie le ha dado nunca menos importancia a sus juramentos. Siempre ha conseguido abusar de las gentes porque nadie conocía mejor que él, el lado flaco de los hombres”.
Al calor de la vasta popularidad del personaje entre la ciudadanía como vicecanciller de Roma, a la que proporcionó un estado del bienestar, con su vigorosa administración de justicia, la reorganización administrativa y la mejora de las condiciones de vida de los romanos, se habrían publicado noticias sobre su carácter ambicioso pero también trabajador.
Pero, pasados unos años, en los que logró atesorar un inmenso poder, sus rivales –que los hubo y muchos- y algunos periodistas hubiesen puesto el foco en cómo lo logró. La Justicia, que él reorganizó, no se hubiese atrevido a actuar. “¡Es el Papa Borgia!, el representante de Dios en la tierra, y es un modelo de virtud para todos”, hubiese escrito un juez en el auto de archivo de la causa por la denuncia que un partido político hubiese interpuesto contra él, al tener sospechas de fraude y corrupción en la Vaticano.
Pero en la prensa independiente y la Red social medievales, las noticias y comentarios comenzarían a circular sin freno, si es que antes los Borgia no acababan por destruir a quien osara a cuestionar su poder y honor.
Y un periodista llamado Ludwig von Pastor hubiese escrito un editorial que hubiera rezado de la siguiente manera: “No afecta el valor intrínseco de una joya, ni la moneda de oro pierde su valor cuando pasa por unas manos sucias. Del sacerdote, como funcionario de una Iglesia santa, se espera una vida inmaculada, tanto porque por oficio él debe ser un modelo de virtud al que los laicos deben ver como ejemplo, como porque con su vida virtuosa puede inspirar a otros a respetar la sociedad de la cual él es un adorno. Aún el más elevado de los sacerdotes no puede disminuir ni en nada el valor intrínseco de los tesoros espirituales que se le han confiado”.
Luego, cuando su poder y gobierno comenzó a debilitarse, llegarían los primeros titulares: “Alejandro VI, envuelto en una trama de traicioneras relaciones”; “Borgia trama una alianza política conspirativa”… Y, finalmente, “Cuatro hijos de Borgia, sospechosos de maquinaciones para amasar dinero y poder”.
En la actualidad, cuando la prensa e Internet son una realidad, ¡gracias a Dios!, se publicó la llegada a la presidencia de la Generalitat de un tal Jordi Pujol, que había creado un partido político (CDC). Y la ciudadanía saludaba esa elección porque, durante años, trajo prosperidad a Catalunya, colaboró a la gobernabilidad del Estado español y a construir el Estado de las autonomías.
Transcurridos unos años, tras 23 años de gobierno casi incontestable (con tres mayorías absolutas y cuatro mayorías simples), alguien comenzó a preguntarse: ¿cómo lo logró? Y, echando mano de hemeroteca, ¡benditas hemerotecas!, más de uno recordó un caso llamado Banca Catalana, del que Jordi Pujol fue directivo en los años setenta. Y también recordaría como el caso cobró connotaciones políticas y se cerró en falso porque “no había suficientes indicios de delito, aunque la gestión fue imprudente e incluso desastrosa”.
Durante años se han sucedido noticias y comentarios sobre las extrañas alianzas de Pujol, pero se le ha respetado al ser considerado un modelo para la ciudadanía porque su infatigable trabajo y su “vida virtuosa puede inspirar a otros a respetar la sociedad de la cual él es un adorno”.
Pero, en pleno debilitamiento del pujolismo, alguien también publicó: “Jordi Pujol (Alejandro VI, los Borgia) no ha hecho otra cosa que engañar al mundo. Nadie ha dominado como él el arte de la pillería. Nadie ha confirmado sus promesas con juramentos más sagrados, pero tampoco nadie le ha dado nunca menos importancia a sus juramentos. Siempre ha conseguido abusar de las gentes porque nadie conocía mejor que él, el lado flaco de los hombres”.
A partir de 2012 algunos medios de comunicación empezaron a publicar datos que apuntaban a la existencia de cuentas de Pujol en Suiza con dinero irregular. ¡No es posible. Es el president Pujol, un modelo para todos!, se dijeron muchos.
Y pronto, como en el caso de los Borgia, el foco informativo y de la red social se centró no solo en Jordi Pujol sino en varios de sus hijos: Jordi Pujol júnior, Oriol, Oleguer, Josep. Y hoy, alguien recordaría en un artículo aquel titular de la Edad Media: “Cuatro hijos de Borgia, sospechosos de maquinaciones para amasar dinero y poder”.
José G. Bergillos
Abogado, que un día escribió “Jordi Pujol, el Papa Borgia moderno”
Debe estar conectado para enviar un comentario.